En vuelo rasante, sobre la inmensa bahía en calma, se dejaba llevar por la corriente. Casi sin batir alas, se guiaba por las señales de los signos en el agua. Ahora que veía las pequeñas siluetas de los pescadores en la caleta distante, y las de la muchedumbre en la playa, sabía que podía llegar más lejos.
Afirmaba su identidad huyendo de ellos, del desafío que amanece cada día, del abismo que se abre ante el despojo, del miedo al fracaso, del abandono del Otro. Ya no quería ser visto como un bicho porque le escapaba a la rutina, porque había tomado las riendas de su vida, porque aseguraba que vistos de cerca somos todos raros, por apropiarse del lenguaje desconforme y furibundo de las calles que descifra los eufemismos y desnuda el lucro, las estafas y la desigualdad.
Con el sol en lo más alto reflejándose en el azul marino, solo pensaba en llegar al otro extremo de la ensenada donde aguardaban, en lo alto del roquedal, las otras aves con las alas extendidas y el buche lleno.
Se posó lejos del grupo. El guía se le acercó primero y luego el resto lo recibió con gran alboroto. Alzando vuelo junto a la bandada, viajando en una misma dirección, encontró su lugar.
· Escultura ubicada en extremo sur de la Playa Herradura.
Coquimbo, junio 2011
5 comentarios:
super tierno el relato
buena semana
me fascinó la escultura, me inspiró junto con el paisaje y la cercanía de mi amig@ el/la m@r, que me hace tanta falta...
Qué difícil es encontrar el propio lugar.
Creo haberte dicho ya cuánto me gusta tu prosa.
Besos.
Gracias Pedro
pero este texto es de Mauricio, compañero del taller
ya puse su nombre al lado del título, él aún no acostumbra a firmarlos jajaja
(palo pa'ti Mauro)
me gusta el final.
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