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domingo, 9 de octubre de 2011

La cucaracha

Mauricio González



Apareció de pronto arrastrando una túnica negra toda manchada que dejaba entrever unas zapatillas rojas desteñidas y unos pantalones grises, raídos. Una cinta blanca de regalo le cruzaba la frente, un bastón de palo de escoba en una mano –con un globo rojo en forma de corazón atado a la punta- y una bolsa plástica llena de cachureos en la otra. De pelo corto entrecano, aparentaba unos cincuenta y tantos.

Subió al tren y la gente se apartaba, todos lo miraban extrañados. Al rato se bajó. Le pesaban los pies caminando por el andén. Preguntó por la salida a otro pasajero que esperaba sentado. Pestañeaba rápidamente a los que se le cruzaban para seguir su camino muy serio, la mirada perdida y sin rumbo.

Salió al paseo peatonal que parecía un hormiguero a esa hora. Anduvo un par de cuadras y se paró  frente a una librería que remataba todo por cierre de local. Entró, revolvió todos los estantes  y se quedó con  La metamorfosis.

Apuró el paso hasta el enorme edificio de cristales y acero, ingresó al lujoso vestíbulo donde el conserje lo saludó con una inclinación de cabeza. Subió al ascensor y bajó en el vigésimo piso. Llegó temprano a la brillante y moderna oficina de Marketing Subliminal Corp. donde lo aguardaba la sobria secretaria con un montón de documentos para la firma.

-          Buenos días don Gregorio ¿le preparo un cafecito?
-          Sí, por favor, muchas gracias. En cuanto pueda comuníqueme con el Ministro Seguretti que tengo listo el informe sobre la marcha del fin de semana. Y hágame otro favor, no se ponga más ese perfume tan pesado para esta hora y bájese un poco la falda ¿sí?

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